La Serranía de Ronda no pide milagros. Pide justicia. Pide respeto. Pide que no se le mienta más.

Durante años, con enormes dificultades y bajo el peso de los recortes impuestos por el Gobierno de Mariano Rajoy —que prefirió rescatar a los bancos antes que garantizar la sanidad o la dependencia—, los gobiernos socialistas en Andalucía hicieron lo imposible por sostener los servicios públicos. Y lo lograron. La construcción del Hospital de la Serranía, por ejemplo, no fue solo una obra de infraestructuras: fue una declaración de compromiso con esta tierra. Una apuesta por la dignidad de sus habitantes, una inversión en vida.
Hoy, en cambio, vivimos tiempos de bonanza económica. La Junta de Andalucía ha contado con más recursos que nunca. Y, sin embargo, lo que recibe la Serranía es silencio. Promesas rotas. Proyectos anunciados y nunca cumplidos. Un centro sociosanitario que jamás construirá. Una autovía entre Ronda y Málaga que solo existe en titulares pasados. Y ahora, una carretera —la A-397— que lleva más de un mes dejando incomunicados a más de treinta municipios, sin que el Gobierno de Moreno Bonilla aporte una solución clara ni un calendario creíble.
El problema no es solo la falta de acción. Es la falta de respeto. Porque mientras las familias reorganizan su vida entera para poder llegar a trabajar, llevar a sus hijos al colegio o acudir a una cita médica, desde Sevilla solo se lanzan excusas. Que si los informes, que si las competencias, que si el Gobierno de España... Todo sirve para desviar la atención, para entretener al ciudadano con el viejo juego del escondite de las responsabilidades, hasta que nadie sepa quién debía hacer qué… y nada se haga.
Ese trilerismo político —porque no tiene otro nombre— ya no engaña a nadie. A fuerza de mover los vasos, se les ha caído la dignidad por el camino.
La Serranía no puede seguir siendo la gran olvidada. No lo merece su gente, no lo merece su historia, no lo merece su futuro. Porque aquí hay personas mayores que han entregado su vida entera a esta tierra y que ahora no tienen garantizados ni los cuidados más básicos. Hay jóvenes que aman sus pueblos, pero que no ven otra opción que marcharse. Y hay familias enteras que siguen apostando por quedarse, por resistir, por vivir dignamente donde nacieron, a pesar del abandono.
Moreno Bonilla llegó prometiendo mucho. Pero gobernar no es prometer. Gobernar es cumplir. Y cuando se gobierna con la única estrategia de echar balones fuera, lo que se consigue es perder el respeto de la gente.
Este artículo es una llamada a la reflexión para quienes, con buena fe, un día depositaron su confianza en él. ¿Qué les ha devuelto a cambio? Ni escucha, ni acción, ni esperanza. Solo olvido.
Pero la Serranía no olvida. Y tampoco se resigna.