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Ver o no ver la serie de 'Cien años de soledad'

Una de la cosas que llama la atención del viajero al llegar al aeropuerto de Eldorado en Bogotá es el gran número de carteles publicitarios distribuidos por todo el terminal aéreo, invitando a ver la serie de “Cien años de soledad” en la plataforma audiovisual Netflix. Nada extraño si tenemos en cuenta que el novelista Gabriel García Márquez, autor de la celebérrima novela, es un héroe nacional o “santo laico” en Colombia, algo que no se puede afirmar sobre prácticamente ningún otro escritor o escritora en otros países del mundo.

Desde que la primera tirada de la novela que narra la saga de la familia Buendía vio la luz en 1967, el texto que el Premio Nobel Colombiano parió después dieciocho meses de encierro en una habitación de Ciudad de México, mientras su esposa Mercedes empeñaba todos los enseres domésticos (menos la licuadora) para cubrir las necesidades básicas de sus dos hijos y de ellos mismos, se convirtió enseguida en un fenómeno literario aclamado por la crítica y el público de todo el orbe.

Dicen que en ese momento el actor Anthony Quinn llegó a ofrecer un millón de dólares de la época para llevar al cine la historia que transcurría en Macondo, un lugar mítico “a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.

Sin embargo, Gabo (el hipocorístico por el cual lo llamaban tanto sus allegados como sus lectores) siempre se negó a permitir la adaptación de su magno relato al lenguaje audiovisual. Y sabía de lo que hablaba, ya que sus relación con la gran pantalla databa de la década de los años 50, cuando ejercía como reportero y crítico empírico de cine  para el diario El Espectador de Bogotá, anonadándose y deleitándose al mismo tiempo con la filmografía de los neorrealistas italianos y los jóvenes directores de la Nueva ola francesa cuyas obras veía en las sesiones vespertinas de los ya desaparecidos grandes teatros bogotanos.

Más tarde, a su llegada a México, para poder sobrevivir puso su pluma embrujada al servicio de la publicidad y el cine, redactando los guiones de “El gallo de oro” (una adaptación del cuento homónimo de Juan Rulfo) y el original de “Tiempo de morir”. Estas experiencias lo convencieron de que el séptimo arte requería de una inmensa cantidad de recursos humanos y materiales que hacía imposible poder contar la historia tan personal que él deseaba narrar.

Otras novelas suyas sí fueron transformadas en imágenes en movimiento, tales como “Crónica de una muerte anunciada”, “La mala hora”, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”, y “El amor amor en los tiempos del cólera”. Pero ante “Cien años de soledad” siempre impuso su negativa, aunque dejó una puerta entreabierta a esa posibilidad, afirmando que “cuando yo me muera, hagan lo que quieran”.

Y diez años después de la desaparición terrenal del ínclito hijo del telegrafista de Aracataca, iniciador del llamado Realismo mágico y el Boom latinoamericano, sus dos hijos varones, los hermanos García Barcha, custodios de su herencia literaria, dejaron en manos de los mejores productores, guionistas y actores y actrices latinoamericanos la arriesgada misión crear una serie de ocho episodios sobre la macondiana historia estrenada en el mundo entero a principios del pasado mes de diciembre.

El debut en la pantalla chica de “Cien años de soledad” no ha dejado indiferente a nadie. Por un lado se encuentran los fieles lectores “garciamarquianos” que se niegan a ver la serie, convencidos de que es poco más que un sacrilegio que alguien interprete a Melquiades, Úrsula Iguarán, Aureliano Buendía, José Arcadio Buendía, Remedios la bella, Pilar Ternera o Mauricio Babilonia, pues temen decepcionarse si dicha producción no cumple con su elevadas expectativas.

Por otra parte, están quienes se han sorprendido y maravillado por la excelsa fotografía, la cuidadosa puesta en escena, la magistral actuación de sus actores y actrices, y la  preciosa musicalización, lo que ya la convierten en una joya audiovisual.

¿Qué hacer entonces? Cualquiera de las dos decisiones son respetables. Lo cierto es que las nuevas generaciones, que todavía no han descubierto el placer de leer a Gabriel García Márquez, pueden acercarse a su obra a través de esta serie y, entre sus millones de incondicionales, muchos reelerán el texto, pues al igual que “El Quijote” se trata de una novela que permite disfrutar de segundas, terceras y cuartas lecturas.

A fin de cuentas, lo que a Gabo, un caribeño universal, le importaba más cuando escribía era que como resultado de ello “sus amigos le quisieran más”.

Luis Gabriel David

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