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Nadie ganará la guerra comercial


Esa corriente a favor de la mano invisible y del libre comercio que pensadores como Adam Smith se encargaron de difundir y defender, a finales del siglo XVIII, contribuyó en buena medida a generar el progreso del siglo XIX que luego en los períodos previos a las dos grandes guerras mundiales, del siglo pasado, una serie de crecientes medidas proteccionistas  en los mercados del carbón y del acero desatarían una guerra arancelaria. 

Que Donald Trump y sus corifeos amenacen con imponer aranceles del 25% a  sus dos socios preferenciales,  México y a  Canadá,  y un 10% extra a China y otro, 10% a los países de la Unión Europea (UE) es tan solo el preludio de la intensificación de una guerra comercial: los países afectados aplicarán un quid pro quo. 
El escenario geopolítico empeora y el geoeconómico lo hará igualmente.  Lo hace como ya sucedió en los períodos previos a  la Primera y a la Segunda Guerra Mundial. No es un buen preludio. 

Para Europa, es una malísima noticia atrapada entre las ambiciones estratégicas de Putin  por extender la influencia geográfica rusa y la presencia de un Trump que solo mira por los intereses de los oligarcas que lo acompañarán en el gobierno. Putin y él son dos caras de la misma moneda: nacionalistas, proteccionistas, mesiánicos, locos y dictadores. La democracia es para ellos  un concepto, no un ejercicio en la práctica.

Mientras el mundo rodará como un balón pateado por ambos, las nuevas tarifas arancelarias traerán mayores dificultades para las empresas y por, ende, para los consumidores. 
La inflación no está del todo derrotada. Los riesgos de un repunte inflacionario son reales  a mayores dificultades comerciales, mayores dificultades para llenar la cesta de la compra. La inflación solo  erosiona el poder adquisitivo de las personas y las familias,  en suma, trae miseria. 

Trump pretende retornar a la que  quizá será su última etapa en la Presidencia norteamericana (contando su edad 78 años) con un programa que hará mucho daño interno y externo. Y, lo hará, guiado de la mano de otros oligarcas que piensan como él:  gestionará la administración pública como si Estados Unidos fuese una gran multinacional. Nunca la administración pública tiene como finalidad tener una rentabilidad  o una ganancia, tampoco repartir dividendos. 

Los americanos lo han votado así es la democracia por increíble que parezca han elegido al hombre duro  en vez de a la cordura. Trump es ese padre violento que acostumbra golpear a sus hijos, llenarlos de voces, humillarlos y amenazarlos todos los días con correrlos de casa.  Hay una mayoría de norteamericanos seducidos por su discurso matón.

Tienen tanta ira porque quizá han perdido algo a lo largo de estos años: su trabajo, su estatus económico, su nivel de bienestar; les molestan los inmigrantes y creen incluso que Estados Unidos ha perdido su brillo en el exterior. 

Canalizan ese odio  pretendiendo romper algo: el establishment, las normas y el funcionamiento de la sociedad. Trump y su equipo de oligarcas van a intentarlo esta vez. 

El libre comercio no tiene la culpa de la pérdida de competitividad que está sufriendo no solo  Estados Unidos, Alemania o inclusive la propia China y otras economías. La Cuarta Revolución Industrial tiene un considerable impacto. 

Las ideas trumpistas no son nuevas, son viejas, la misma retórica a la que recurren  gobernantes convencidos de que un nuevo proteccionismo hará revivir la competitividad y la productividad en sus industrias y en el tejido empresarial.

  Mejorar la productividad y la competitividad dependen del mercado laboral y de las políticas de estímulos internas; los trastornos en los mercados que se provocarán por la nueva guerra arancelaria, además en un mundo globalizado, hará menos competitivas a las empresas norteamericanas. Y, Trump, lo está ignorando. A los estadounidenses les saldrá más caro comprar un coche, una televisión, un Iphone y hacer su barbacoa… ellos lo han votado y todo el mundo lo padeceremos. 

Claudia Luna Palencia

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