Los jubis nos habíamos citado a un dominó ocaso posiesta, a la tarde de neblina le seguían un goteo de noticias con chorreones del Congreso socialista que se celebra en Sevilla; como alguien puso un canal de pago de los contrarios, entre el espectro de Tomás Gómez desaparecido en la rafia de los madriles, don Feijoó llamando al cónclave de los imputados de Sánchez, pero aún tomaba más cuerpo y peor laya el flash de las ausencias de Felipe y Alfonso en el 41 Congreso Federal del PSOE en su Sevilla.
Dimos la bulla y nos dieron el mando, acertando a ver en la nuestra a Chaves y Griñán ovacionados, a ZP casi a hombros por la Puerta del Príncipe y las caras de los nuevos ejecutivos que salvo el jefe y poques más, eran más desconocidos para la peña, que las alineaciones última de la Roja, cosas del rojerío incipiente.
Mientras las fichas tomaban sus sendas, Bonifacio más dos éramos de aquella generación que hizo su gran batalla siguiendo al Clan de la Tortilla, fotografía de una normalita escena campestre de los jóvenes que lideraron la renovación socialista, curiosamente no tomada por mi amigo Pablo Juliá, el maestro de la cámara y asistente a la excursión.
Ninguno de los contertulios hizo mucha monserga con tan honorable amputaciones, porque estábamos muy leídos de las actuales destemplanzas entre pedristas y felipistas, por llamar a los fanes por afinidades. Pero como somos de la vieja escuela, nuestra adición estuvo en ganar a costa de incorporar voluntades desde “el uno al otro confín” ideológico; por eso, después de sentenciar, don Pijote de la Plancha que nuestra vieja tortilla española estaba “dezfaratá”; cundió un silencio de desdén y amargura mientras las fichas seguían su insoportable vereda de ahorcarme el seis doble.
Boni salió de consuelo de vejestorios, con “otro vendrá que bueno te hará” y la cosa se terminó con “cada mochuelo a su olivo” rezongando bajito.