Ni por asomo, quiero y puedo acordarme de sus nombres y escalafonía; ya me queda orden del día, apurando, para una cita a ciegas a Salud Responde.
Podría echar de menos, aquellos años de lucha cabalgando hacia la democrática, multiplicando caballeros andantes amigos, de nuevas y vieja órdenes de Caballería, evocando odres de martirio y refrescando las botas de esperanza igualitaria; mientras en los castillos pervivían acuartelados los gigantes del pasado, generalato, que por miedo y sin palillo de pasas, sabíamos sus nombres por su credo inamovible en la Dictadura.
La juventud nos dio para sana aventura, pero el miedo nos fijó sus caras por si las moscas. Nos prometimos tan animosos, durante los años tan felicitables de la Transición, por pasar el rubicón y la calentura del 23F, como los que habíamos encontrado antídotos, no placebos: para apartar todos los ogros que se interponían en la unísona marcha de la libertad. Pero es la lija de los años 90, del liderato de José María Aznar; tras cargarse al honorable socialista Demetrio Madrid, cuando se abrió la espita de la judicialización de nuestra forma de hacer política en España y baratarias; guardo fijos recuerdos de aquellas sorpresivas acusaciones del PP en el ayuntamiento malagueño, sin nada que rascar.
Hoy los que queremos saber de lo nuestro, nos encontramos las noticias del sorpresón judicial de cada día, de mis elegidos como sospechosos habituales. Los gigantes togados se han tragado a los cocos del caqui, para una penuria democrática en rueda de reconocimiento o juzgado de guardia.
Pero en mis bodas de oro, ya no tengo memo ni para saber el nombre del que estará de turno en mi juicio final, si lo hubiera.