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Montando a pelo

El lunes pude escuchar a Isabel Aaiún cantando la canción del verano, los del pegajoso Georgie Dann, nos habíamos reunido para celebrar los setenta y…,  de Bonifacio; pero el pseudo velorio en el Hogar lo revivió el plasma, con los fastos madrileños de la recepción de la Selección Española de Fútbol. Ni la Mundial, la proclamación de la República o la entrada de las tropas del Golpe amontonaron más bullicio; en ese arte singular que mantienen los paisanos de la Villa, de gran claque de los aconteceres patrios. 

El autobús oficial de turisteo venía de más palacios que la Orejona, para despacharse la tropa en La Cibeles, donde Álvaro Morata dirigió la capitanía como si fuera el puente  de mando del Motín del Bounty; hasta que mantearon al Míster que pudo destacar los valores ejemplares de los campeones, la cosa iba de trotar en la escena los Caballos Locos a espera de la Potra Salvaje y ¡oles! más ¡viva España! La ocasión masiva requería tan vivas explosiones efusivas por la edad del vestuario. 

España salvo con la Cabalgata de Reyes, o hace  gasto y dirección artística en los desfiles de la tristeza de la Semana Santa; le falta el acervo cultural renacentista que, tenía por oficio más celebrados, el de hacedor de las fiestas de bienvenida de sus vencedores, del que Leonardo da Vinci se mostraba orgulloso en su currículo ante Ludovico el Moro. Nuestra Selección más joven, quiere ir a por todas, por lo qué los triunfos públicos y de club privados, van a depararnos un paseíllo de campeones para la eternidad. Amén de ordeñar el tributo de la espontaneidad y reivindicar Gibraltar; sería conveniente ante tanta brocha gorda de celebración de cuñados, unas pinceladas del saber estar hispano que muestre nuestra hooligonada, de cuerpo a tope y mente sanísima.

 

Curro Flores

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