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Los niños perdidos en la selva

Ventana americana

Como si se tratase del guion de una película de Hollywood, el pasado día uno de mayo se estrelló en el departamento del Guaviare, en la región amazónica de Colombia, una pequeña avioneta que llevaba siete pasajeros; tres adultos y cuatro niños. El piloto, la madre de los menores y un amigo de la familia fallecieron tras el impacto, pero los pequeños sobrevivieron y ahora deambulan perdidos en las entrañas del bosque tropical lluvioso más grande del planeta.

No, no es ninguna ficción. Cuatro hermanos con edades comprendidas entre un año y trece años de edad, son buscados por comandos de las fuerzas especiales del Ejército de Colombia especialistas en el terreno selvático, acompañados por indígenas conocedores del lugar, quienes ya han rastreado, y seguirán haciéndolo, miles de kilómetros de pluviselva donde llueve sin parar durante varias horas diarias y siembre está oscuros debido al tupido techo que forman las copas de los árboles.

La familia se había embarcado para huir de la región de Araracuara, tristemente célebre por ser el lugar donde existió una cárcel en medio de la selva de la cual era imposible escapar.

Su padre se había marchado sigilosamente, pues temía por su vida luego de haber sido amenazado por miembros de los que eufemísticamente se conoce en Colombia como “grupos al margen de la ley”. Y es que en estas regiones, donde la presencia del Estado es escasa o nula, los grupos guerrilleros, o las disidencias que quedan de ellos, los traficantes de coca y los mineros ilegales campan a sus anchas eliminando a todo aquel que se cruza en su camino y estorba su criminal quehacer.

En ese océano verde que es la Amazonia colombiana no existen apenas carreteras. La gente se trasporta a través de ríos,  empleando para ello largas jornadas de navegación, o volando en viejos y destartalados aviones que si llegan a despegar quizás no puedan aterrizar.

Y en una de esas aeronaves no aptas para volar ni transportar pasajeros, se dirigía la familia indígena hacia la ciudad de San José del Guaviare, para poder reunirse con su padre y esposo. Pero un fallo mecánico precipitó hacia tierra a la pequeña avioneta, dejando a los niños huérfanos de madre y solos en la inmensidad de la “manigua”.

En Gobierno, con el presidente Gustavo Petro a la cabeza, ha puesto en marcha la denominada “Operación Esperanza” para hallarlos y devolverlos a los brazos de su padre viudo. Para ello, se han destinado todos los medios tecnológicos y humanos posibles… Pero la misión no es fácil.

Ya ha transcurrido un mes y todavía no se ha encontrado a los niños perdidos, aunque huellas, ropa y utensilios encontrados indican que los hermanos Ranoque Mucutuy siguen con vida.

Con el alma en vilo, Colombia entera aguarda su regreso, aunque cada día que pasa se reducen las posibilidades de rescatarlos sanos y salvos, en un ambiente hostil donde pululan las serpientes venenosas y los mosquitos cuya picadura puede transmitir enfermedades mortales como la malaria o la leishmaniasis.

Y mientras se produce el esperado desenlace feliz de esta odisea verde, debería reflexionarse sobre la forma de garantizar el derecho a la vida y el acceso a los servicios básicos de todas las comunidades indígenas y las poblaciones de colonos de bien en la regiones selváticas de los países amazónicos, dejados de la mano de la administración y a merced de todo tipo de grupos delincuenciales para que no se vean obligados a emprender huidas suicidas en vetustos aviones y lanchas, y terminar como el personaje de Arturo Cova y su familia, en la novela “La vorágine”: perdidos para siempre jamás en el inexpugnable laberinto de la jungla.

Luis Gabriel David

Profesor y periodista

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