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De Ozymandias y otros faraones

«"Yo soy Ozymandias, rey de reyes:

¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!"

No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas

de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas

se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»

Vivimos tiempos extraños, eso está claro. Si acaso hace un siglo eran los felices años 20, en este nos acercamos más a los “apocalípticos” años 20. Lejos ya de la histeria del fin del mundo que anunciaban los mayas para 2012. O de microchips inyectados a través de vacunas gratuitas, como si no fuera mucho más rentable hacernos pagar por un móvil para vivir controlados. O de un meteorito azaroso que acabe con todo de un plumazo.

No, la histeria de antaño ha ido dando paso a un arraigo más sensato de la mentalidad apocalíptica. Lo veo en los mercadillos, cada vez que alguien me rechaza un panfleto al grito de “yo ya no voto que no vale pa ná” y cada vez que un anuncio de dropshipping me recomienda vender productos a precio desorbitado para escapar de mis cadenas obreras. Sálvese quien pueda. Las cosas de vivir en una ciudad gobernada por un alcalde con aspiraciones a faraón y edad de papa.

Pero, aunque me guste más una tangana que a Piqué, hoy no vengo a meterme con otros. Hoy vengo a hablar precisamente de por qué estoy en política y qué me hace levantarme cada día con una sonrisa (o me anima a intentarlo). El futuro, en toda su inmensidad.

El primer partido al que me acerqué, aunque no lo pregone en entrevistas, fue Alianza Futurista. No duré mucho en esa lista de correos y a día de hoy estamos bastante apartados, la tecnología y el transhumanismo no bastan en sí mismos para acabar con la destrucción del planeta y la infinita codicia del ser humano. Pero si que me dejó un poso, me hizo plantearme por qué no estamos empleando todos estos recursos en acabar con el sufrimiento de las personas.

¿Qué clase de sistema se llama exitoso, cuando en nuestra ciudad 170.000 personas viven en pobreza energética? Es sencillo, nuestra escala para medir el éxito la deciden personas ajenas a nuestro día a día, que no entienden lo que es pasar frío o calor. Y luego esas escalas llegan hasta aquí, a nuestra Málaga, una ciudad que va genial si no piensas en los miles de "nadie" que se quedan atrás.

Donde se juntan la tecnología más puntera de la historia y estas métricas distorsionadas, ahí es a donde quiero llegar. Si estoy en política es porque creo en un futuro distinto al que nos han pintado. Un futuro en el que cambiamos esos numeritos que miden la rentabilidad, la producción o los tipos de interés por los que miden el bienestar de las personas, la esperanza de vida o el desarraigo. Un futuro en el que la economía es verde y social, en el que todos somos triunfadores porque hemos dejado un mundo mejor detrás.

Como joven no me queda otra que pensar en lo que será de Málaga, y lo que quiero es una Málaga en la que seamos un poquito más dueños de todo y en la que compartamos un poquito más. Una Málaga en la que no pensemos en cortes de luz porque seamos autosuficientes. En la que no nos angustie la sequía porque el agua es parte de la ciudad, en la que no nos preocupe la hambruna porque la tierra se usa para sembrar y no para especular. Y en fin, una tierra a la que el extranjero no venga a darnos de comer, sino a disfrutar con nosotros de una ciudad milenaria. De jornaleros a camareros y de camareros a soberanos.

Con la que se nos viene encima, es hora de que los políticos empecemos a hablar de futuro, aunque hablar de presente sea más agradecido en las urnas. Porque cuando llegue ese fin del mundo que tan internalizado tenemos, lo mejor que podemos hacer es estar preparados. Ya lo vimos en parte con la pandemia. Estar preparados es tener una ciudad que escuche a los vecinos antes de que el Ayuntamiento se choque contra un muro con los nuevos proyectos. También es tener una eléctrica pública que no haga con los precios lo que le dé la gana.

Hay que prepararse invirtiendo en la innovación local para que nadie pueda tirar del cable cuando dejemos de ser rentables. O teniendo supermercados públicos con producto local para huir del desabastecimiento tan temido. También nos podemos preparar impulsando el apoyo mutuo en los barrios para que estén llenos de vecinos y no de desconocidos. O haciendo algo tan simbólico como plantar hoy los árboles que nos darán sombra dentro de 20 años.

Intentemos cambiar el mundo aunque el futuro pinte turbio. Aunque solamente vaya a estar 8 años por el ayuntamiento, en la próxima legislatura espero poner la primera piedra para esta utopía de Málaga que me da la fuerza diaria. Y si no sale bien la cosa, siempre nos quedará lo que dijo el Terminator.

“Nuestro destino nunca fue evitar el día del juicio sino sobrevivir a él, juntos. El Terminator lo sabía, intentó decírnoslo, pero yo no quise escucharle. Puede que el futuro ya esté escrito, no lo sé. Solo sé lo que el Terminator me enseñó, "nunca dejes de luchar" y nunca lo haré. La batalla no ha hecho más que empezar…”

Luis Rodrigo

Candidato de Adelante Andalucía a la Alcaldía de Málaga

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