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La realidad, sobre lo espiritual

Son innumerables los Crucificados que se guardan en las diversas iglesias de nuestro mapa religioso. Mirar a un Crucificado impresiona. Visto desde los ojos de la fe representa la bondad de quien entrego su vida por la humanidad con el único objetivo de que fuéramos mejores. Su sufrimiento se lee en los Evangelios: La Oración en el huerto; El Prendimiento; la Condena del pueblo; los Azotes; la Corona de espina; las Tres Caídas y finalmente la Crucifixión. Visto desde la perspectiva del estudioso del arte las opiniones y observaciones que pueda hacer se circunscriben al conocimiento objetivo de lo que se está viendo, que no es otra cosa que el resultado del trabajo de un profesional. Pero hay Crucificados que tienen algo especial. Todos los Crucificados son verdadera obras de artes que se cubren de un halo espiritual fruto de la devoción mas intima de los creyentes así como de histeria religiosa colectiva que en situaciones concretas del procesionar crean momentos de emoción desbocada.

Otros, por el acompañamiento de fuerzas militares que hacen más emotivo el paso del Crucificado, otros por la música, otros por el fervor que los pueblos sienten hacia la imagen y todos ellos por la majestuosidad que el arte y la fe hacen que la imagen forme parte íntima de quien la observa.

El pasado fin de semana visite Córdoba. Desde el punto de vista del creyente fui a visitar el Cristo Sindonico.

Ha sido la primera vez que en la realización de la talla de un Crucificado no solo ha intervenido el autor sino también un elenco de profesionales como historiadores, forenses y otros tantos que con la finalidad de representar la real imagen de un Cristo muerto en la Cruz han realizado cuantos esfuerzos estaban a su alcance para que fuese fiel reflejo de cuanto en los Evangelios se dice de su sufrimiento.

La imagen impresiona. Un metro ochenta y un centímetros de altura y setenta y nueve kilos de peso. Seiscientas heridas. La nariz rota. Un brazo dislocado por el peso del madero, una espalda flagelada, una cabeza espinada inclinada y las rodillas erosionadas por las tres caídas.

Las manos clavadas por las muñecas y el pie izquierdo sobre el derecho atravesados por un solo clavo. Aun así, la cara en paz.

Como creyente asumes, ante el sufrimiento de ese ser humano plasmado de manera tan real, que cualquier cosa de la que te quejes en este mundo carece de importancia. Él sufrió por nosotros. Como observador del Universo no queda más remedio que reconocer la Transmisión de la Imagen y la perfección de su realización.

En cualquier caso, ante su observación, la indiferencia desaparece.

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