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Absoluta indecisión

"Cualquier acción contra la Constitución de un Estado miembro es una acción contra el marco legal de la Unión Europea", fueron las palabras afortunadas de Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, que sirvieron para definir nítidamente las líneas rojas frente al desafío soberanista. Sin embargo, la deriva secesionista de Puigdemont y Junqueras ha supuesto un duro golpe, tanto para la sociedad como para el desarrollo, sobre todo para la economía catalana, ya inmersa en una clara recesión. Mientras, la evaluación de los daños, a la que habrá de permitírsele el mayor margen posible para hacer su trabajo, correrá a cargo de la Justicia. Para eso es independiente, al menos, en teoría.

Respecto al Gobierno de ´M. Rajoy´, sólo cabe atribuirle a su haber la aplicación tardía y blanda del artículo 155 de la Constitución española. Es fuerte la sospecha como para atreverme a afirmar que ha tenido más peso el miedo instaurado en el PP a un impacto negativo sobre las expectativas de voto en Cataluña, de cara a una prematura convocatoria de elecciones autonómicas para el 21-D, que el malestar en sí de la mayoría silenciosa catalana, que viene sufriendo el oprobio de la maquinaria independentista, repleta de mensajes supremacistas y excluyentes, destilados en gran parte por Catalunya Ràdio y TV3. Unos medios de comunicación que, mantenidos a escote entre todos los españoles, vienen durante años ejerciendo sobre la población una acción adoctrinadora; un hecho que lamentablemente para el Gobierno central, y pese a su gravedad, no es razón suficiente como para tomar el control de ambos.

Ante la voluntad popular, un buen gobernante no es el que trata de minimizar el impacto negativo para con su partido de las decisiones idóneas que en realidad debe tomar -y que finalmente termina por no llevar a cabo-, sino aquél que antepone el interés general del conjunto de la ciudadanía al propio. Y el egoísmo político es el recurrente desliz en el que suele incurrir el PP, cuyos dirigentes, más cobardes que valientes, tampoco se han atrevido a recuperar la competencia de Educación y Cultura, a pesar de que durante 40 años, los educadores no hayan tenido reparos en adoctrinar a niños, sacarles al patio de la escuela para exhibir una bandera ilegal, tergiversar la Historia de España, inventarse la catalana, inocularles el pensamiento único y el odio para con los símbolos que nos representan a todos los españoles, y llamar "malos" a los agentes del Cuerpo Nacional de Policía, o de la Guardia Civil, porque "pegan e impiden votar a los catalanes" que desean vivir en una república independiente.

Por todo ello, es obvio concluir que ´M. Rajoy´ no tiene la altura del estadista que las delicadas circunstancias políticas, por las que España atraviesa hoy, exigen. Y, a decir verdad, si de él hubiese dependido, teniendo en cuenta su bagaje, la Transición española no se habría producido.

Paradójicamente, con una creciente sensibilidad en la población por la recentralización de las competencias autonómicas -según el CIS de octubre, un 44% aproximadamente, considera que la situación política española es muy mala-, y a pesar de que la ciudadanía estuviera aún más cohesionada y más identificada que nunca con los símbolos institucionales -probablemente, como respuesta al desafío soberanista desde Cataluña, a pesar de que históricamente, y junto a Euskadi, resultaran netamente favorecidas, en agravio del resto de comunidades autónomas-, el papel del Gobierno de ´M. Rajoy´ ha sido el más débil que cabría esperar, decantándose por la desidia y el inmovilismo de esperar a ver qué ocurre, evidenciando con ello una tremenda inseguridad a los ojos de la Comunidad Internacional.

Todo esto obligó a que fueran otros agentes los que tuvieran que enmendar la plana. Bien Felipe VI como Jefe de Estado, que con un mensaje institucional dirigido a todos los españoles, tuvo que improvisar in extremis e instar a los Poderes del Estado a cumplir con su responsabilidad, según se establece en la Carta Magna, a fin de salvaguardar la Unidad española; bien la Comisión Europea -muy preocupada no sólo por las grandes dificultades para hacer posible la construcción de la Unión o por las duras negociaciones inherentes al Brexit, sino por los movimientos separatistas que tienen lugar en muchos de los países miembros-, que desde Bruselas, tuvo que salir al paso e, insuflar a nuestro país el empaque del que ´M. Rajoy´ carece. Siendo firme todo este tiempo, se ha mantenido sin reconocer a Puigdemont como interlocutor válido ni contemplar en lo más mínimo las aspiraciones soberanistas que pretendían hacer de Cataluña un estado independiente, fuera de España, pero dentro de la Unión.

Según un informe del INE de 2016, hay 5 millones y medio de electores catalanes. Y de éstos, cabría pensar que en torno al 38% podría votar al bloque independentista. Pero en el resto, que es mayoría y, silenciosa en su mayor parte, hay un importante sector que se cierne en la más absoluta indecisión. Y ésta es la clave en la que ambos bandos centran sus esperanzas. Todos barruntan que los resultados del 21-D estarán muy reñidos.

Y, además, los soberanistas son conscientes de que las tesis más radicales, aquellas que avalasen la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), están más que amortizadas y carecen de todo sentido como oferta electoral. Con todo, mucho me temo que cambiarán el discurso para tratar de engañar al votante catalán una vez más y conseguir los apoyos necesarios para la causa, que no es otra que la de mantener el sillón y el sueldo. Intentarán movilizar a los indecisos, a esos que, sin ser independentistas y sin desear la separación de Cataluña del resto de España, podrían llegar a votar a un partido como ERC, o el PDeCAT, en un momento dado.

Esta estrategia ya fue empleada en Euskadi por Íñigo Urkullu para ganar las elecciones autonómicas con el PNV. De ahí que los separatistas catalanes hayan destensado la cuerda en su desafío contra el Gobierno central, rebajando el tono de sus palabras, y tornando en casi 180 grados el argumentario político defendido tan solo hasta hace unos días. Rufián ha llegado a decir que, en parte, "se siente español" -cuando lleva una eternidad confrontándose contra todo símbolo nacional, aun cobrando del bolsillo de todos los españoles-. E incluso, el propio Puigdemont ha venido a reconocer, a buenas horas mangas verdes, que aún es posible otra relación de Cataluña con el resto de España, a fin de no romper con el Estado -cuando la razón principal de su fuga a Bélgica se explica por haber proclamado ilegalmente la República de Cataluña-.

Éste es el mundo al revés al que los dirigentes políticos actuales nos tienen acostumbrados, protagonizado por unos lobos separatistas que, ahora en precampaña, pasarán a revestirse con piel de cordero para tratar de ganar las Autonómicas catalanas.

Si bien las elecciones del 21-D pudieran ser la solución al conflicto -aunque lo dude en el fondo-, soy del posicionamiento de Antonio Tajani, que advirtió de que "gane quien gane en las urnas, no habrá independencia de Cataluña".

En beneficio de los intereses españoles, la de Tajani ha sido la voz más contundente. Y a la hora de defender el Derecho europeo, fue muy claro: "si una parte de un país sale de ese país, sale también de la Unión Europea. Los catalanes son ciudadanos europeos porque son ciudadanos españoles. Abandonar España significa dejar de ser europeo". Y por añadidura, es preciso reconocer que, actualmente, la viabilidad de un diminuto país, fuera de la UE y estrangulado por países miembros, es prácticamente nula.

En cuanto a ´M. Rajoy´, por su inoperancia y el mar de corrupción en el que se encuentra sumido el PP, opino que debe dimitir y adelantar la convocatoria de elecciones generales, toda vez alcanzada la normalidad institucional en Cataluña y lograda la paz social que haga posible la convivencia entre catalanes, de uno y otro signo político. Los españoles nos merecemos un Gobierno honesto, con las manos limpias, que priorice la búsqueda de soluciones a nuestros problemas y no convertirse en parte de ellos.

Y bien que podría sucederle Tajani, quien también es miembro del Partido Popular Europeo. Sería un buen candidato. El ser italiano nunca le supuso impedimento alguno para defender los intereses nacionales igual, o tanto mejor, que cualquier español de pro. No en vano, para muchos europarlamentarios, es de lejos el "mejor comisario español".

Aún no es momento de modificar la Constitución ni de debatir entre monarquía o república, sino de reconstruir la maltrecha organización territorial de España, potenciar la cohesión interterritorial, fortalecer la solidaridad entre los pueblos y garantizar la igualdad de oportunidades entre españoles, independientemente del lugar donde residan. Agraviar al resto de España y recurrir al sempiterno chantaje, con tal de aprobar los Presupuestos Generales del Estado o de encontrar encaje para Cataluña o a Euskadi, deben dejar de ser una opción.

Sin embargo, soy pesimista. Estoy seguro, y lo lamento mucho, de que ´M. Rajoy´ pondrá todo su empeño en que nada cambie. Desconozco qué cortina de humo le queda ya por inventar para envolver y tapar la corrupción del PP. Quizá, recurrir de nuevo a la confrontación con el PSOE de los ERE falsos de Andalucía. Y esto sería más de lo mismo. Más bipartidismo.

Me niego. Niéguese usted también. Se lo ruego. Ha llegado la hora del cambio. Ahora, de verdad.

 

[cabezon name="Iván González" designation="Presidente de LIBRES " img="ivangonzalez" /]

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