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Un jabalí de turista en el Paseo Marítimo

La manada de patos va por delante del vehículo de la Guardia Civil en ordenada formación por la calzada, y nos llegarán otros surrealistas vídeos para distraer el confinamiento heroico de todos los que vivimos en España, y el contador diario de enfermos y muertos lo recalcan los partes de guerra a todo color, y sin ningún delito nos aumentan el arresto domiciliario en la trinchera antivírica.

Trump y Xi Jimping se acusan mutuamente de exportadores del coronavirus, como si ahora estuviéramos en quién sacó la pistola primero, lo que no empece que todos tengamos el mosqueo de tener el virus detrás de la oreja y el culpable deberá pagar las consecuencias. Los chinos dicen que la pandemia llegó a China portado por unos soldados norteamericanos, los tuits de Donald hablan del contagio extendido por el "virus chino", lo que es cierto como toda dictadura despreciable que se encanta a ella misma, China reprimió la alarma del oftalmólogo Li Wenliang que murió tras intentar contar la verdad sobre el peligro del contagio que padecían los enfermos. El conocimiento del desarrollo de la tragedia de Chernobil evidencia la incapacidad de las dictaduras para actuar con claridad, sin la lupa de la opinión abierta, no me gustaría que a quién ahora se le agradecen las mascarillas, estuviera encubriendo una mascarada muchísimo peor que las de Fumanchu.

El decreto de alarma ha cumplido una semana en la piel de toro, y quitando los propios al gobierno, estamos asistiendo a un execrable juego de presidentes autonómicos que tirando para lo suyo, quieren hacer parroquia en cuarentena.

Fernando Simón, el entrañable avisador, se ha disuelto con su gorda carpeta y jerseycitos ante la magnitud de la tragedia, y lo peor está por venir según el parte. Mientras los sanitarios, los quiosqueros, los del supermercado y tantos otros que trabajan para nosotros, reciben el aplauso unánime, y las ocurrencias hispánicas desde los balcones y terrazas, y algunas ruidosas cacerolas suenan por supuesto, porque las urnas le fueron contrarias.

El 10 de marzo asistí a un debate radiofónico, el coronavirus ocupó veinte minutos aproximadamente del tiempo, pero nadie teníamos mayor conciencia que la mediática sobre la pandemia. Durante el encierro he podido ver en las redes multitud de mensajes denunciando al gobierno por permitir las manifestaciones del Día Internacional de la Mujer 8M, como una grave imprevisión ante los contagios, quizás llevados por el espíritu de Abascal que explicitó sus opiniones sobre los eventos femeninos en su contagioso mitin el mismo 8M. A toro pasado y visto lo que vivimos, me parece que todas las retóricas son posibles.

Pero si las tropas no están condenadas a entenderse, si estamos pared con pared defendiéndonos de un enemigo común en alerta. Me llamó la atención la frase de Ronald Reagan. "Con nuestra obsesión con los antagonismos del momento, olvidamos todo lo que nos une a los miembros de la humanidad. Quizá necesitamos una amenaza exterior, universal, para reconocer un enemigo común". Aquí ni por esas.

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