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La suelta de toros por la Castellana

Tomás Prieto de la Cal, apretado en su ganadería por la pandemia, y sus consecuencias para el mundo de los criadores del toro bravo, nos ha amenazado con soltarnos parte de la manada de sus fantasmagóricos bureles por el centro de la capital de España, antes de sacrificarla por falta de negocio, o hacer una suerte de revolución, poco definida, pero es que se ha puesto de moda el uso de la palabra "revolución" por el pensamiento más reaccionario, y ya sabemos los españoles. Ante tan violento ultimatum, nada más que se me ocurre que ejerza el papel de cabestro, para que nos se desmandes sus temibles ejemplares, y nos cause más tragedias de las que hay, en su imprevisible "ria u-riau" isidril.

Su madre, la marquesa de Seoane, que a sus 90 años, muestra su elegante prestancia con su atavío de ganadera decimonónica, demostraba su arrojo sentenciando que si los manejos del actual mundo taurino y los toreros, no han podido acabar con su ganadería, el vírico bichito tampoco lo hará mientras le quede un hilito de dinero, pero que ella no vendería para carne diez años de crianza y conservación del tremendo encaste onubense, sensible pérdida de mucho más de 5.000 euros por llevarlos al matadero. Mercedes Picón, la marquesa, se queja de que los toreros de los años 50, se estimaban ellos mismos, por torear las divisas complicadas, y que de un tiempo a esta parte se está más por un toro seleccionado de carreta, que por sus blancos y jaboneros de terrible compostura, que nos se atreven torear las figuras de hoy en día a los que caricaturiza como de "mazapán y pitiminí".

Hoy, en las antípodas de mi afición, despertada desde la infancia por mi abuelo materno Juan de Dios, quién me dejaba boquiabierto, contándome las hazañas de uno de nuestros ascendientes, que de mayoral de Atanasio Linares, llamaba al cornupeta "Morriones", y que en la carrera le agarraba y balanceaba por las astas para tumbarlo boca arriba y darle de comer con la mano, un Ursus egabrense. El citado morlaco "Morriones", está en el top-ten del Cossío por su bravura, lidiado y perdonado en Granada por Bocanegra, dónde hiriera a dos picadores que perdieron hasta "el décimo de cabalgaduras"; de semental fogoso se quebró, vuelto a lidiar siguió con sus cruentas costumbres, y tuvo que ser despachado por el diestro Machío desde detrás de la barrera del antiquísimo coso de Cabra. Un día departiendo en la Feria del Sur de Europa, con el ganadero José Benítez Cubero, supe que su cabeza estaba colgada en la estancia principal de su cortijo de los Ojuelos. 

Ya no queda en mi familia ningún intrépido mayoral para echarle una manita a los madrileños, si los galleos de Prieto de la Cal sobrevinieran.

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