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El carril del peatón

Mi amigo Manuel, chofer de vida, de niño casi no veía a su padre, el enjuto vecino de Olías que de noche andaba hasta la fábrica de azúcar, por camino de burros, cuesta abajo hasta el Palo, sin atajos, a música de talón, para así llegar a lo que hoy llamamos el puente de la Azucarera, al currelo de cañas amargas, y extenuado, la vuelta, a contar chumberas fantasmales hasta el cielo entrochado. Tiempo de andanzas.

El Gobierno quiere que las ministras lleguen en bici a la Moncloa, Ábalos en triciclo, obviamente, serán premiados con la continuidad, si los escoltas pedalean al unísono, atento Grande-Marlaska, gran conjunción, más reparto de medallas; a la de Marina, hidropedal, -ya no hay de Marina, eso era con Franco que era del Ferrol, -¡carallo! como Pablo Iglesias, el auténtico; espero que ningún ministro necesite el carrito del peatón atropellado.

Algún maoísta de antiguo cuño se ha colado en Presidencia, en las tropillas de Iván Redondo que, quiere ponernos a todo el mundo a rodar en bici, menos a los del bastón. Unas cuantas pedreas y premios de consolación se preparan en el BOE, para los que vayan a trabajar, estudiar, discoquetear, copetear, compretear, botellonear en bici, hasta gel de axilas y agua de colonia para los que trabajen al público, y un maillot de ciudadano ejemplar a regalar diariamente por la empresa, porque las bicicletas, no hay que olvidar, son vaporosas en verano.

Como a Escrivá no le salen las cuentas, ni la Portavoz de Hacienda quiere pasarle la pasta, los peatones y, más, a los jubilados, nadie les quiere hacer un carril para andantes, ni buscarle las vueltas al Boletín, para premiar sus arriesgadas caminatas por la ciudad. Menos mal que los jueces andaluces de alta encomienda, se han dado cuenta de la existencia del peatón y, han modificado su sentencia, esa, la de echar las bicicletas de nuevo a las aceras.
Andar por la calle casi es un suplicio a semáforo perdido, slalom de patines, bicis, posters, ni se te ocurra volver la mirada, porque viene el topetazo. Miles de horas perdidas de esperar a que se ponga en verde, aliquindoi con los pasos de cebra, tropezón al del móvil, vendedores de asalto, cuidado con el bolso y a engullir gasolinas. Unos paseos para que Kant escribiera –La crítica a la razón impura.

No pretendo la dicha peripatética del pasado, pero ahora que hasta un escueto palmeral, se llama de la sorpresa, demando sombras y techumbres para guarecerse, sin paraguazos, auténticos carriles del peatón que el diablo confunde, antes de hacerle muchas manis a munícipes, barones y moncloes, para que se enteren que no somos almejas de carril para freírnos, dando vuelta y más vueltas.

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