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Colombia busca (y necesita) un presidente para la paz

Ventana americana

El próximo día 29 de mayo, treinta y nueve millones de colombianos están llamados a las urnas para elegir al que será durante los próximos cuatro años el Presidente de la República. Aunque el sistema de gobierno es presidencialista y no parlamentario, luego de las recientes elecciones para la Cámara de Representantes y el Senado tres son los candidatos con posibilidades reales de instalarse en el palacio presidencial de la Casa de Nariño: Gustavo Petro, de la Coalición Pacto Histórico; Sergio Fajardo del Partido Compromiso Ciudadano; y Federico Gutiérrez del Movimiento Creemos.

Lejanos han quedado ya los tiempos en que los dos partidos tradicionales de Colombia: el Liberal y el Conservador, se alternaban en el Gobierno de esta nación sudamericana. Llegando incluso a estar conformados los gabinetes ministeriales por una mitad de ministros de un partido y la otra mitad del otro, con un ministro militar que ocupaba la cartera de Defensa para garantizar la paridad política.

Esta simetría se rompió cuando el presidente Álvaro Uribe Vélez dejó las filas del partido Liberal y salió elegido mandatario del país en el año 2002 para luego, logrando un cambio legislativo, volver a repetir en un segundo periodo hasta 2010. La presidencia de Uribe Vélez no dejó indiferente a nadie, y estuvo salpicada de continuas denuncias de corrupción, nepotismo y relaciones con los grupos paramilitares vinculados al negocio del narcotráfico, aunque logró devolverle la iniciativa al Estado en lo relativo al control territorial frente a la presión de las organizaciones guerrilleras.

Hoy en día, y a pesar de la desmovilización de la mayor parte de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), este sigue siendo un país azotado por la violencia de los insurgentes que todavía no se han adherido a los procesos de paz, de los poderosos grupos paramilitares como el Cartel del Golfo, y de una extensa red de bandas de delincuentes comunes, tanto colombianos como provenientes del éxodo de la vecina Venezuela, dedicados al robo, la extorsión, el secuestro y el "sicariato" o asesinato por encargo que convierten el diario vivir de la mayoría de la población, pacífica y hospitalaria, en una situación de altísimo riesgo.

A lo anterior, hay que sumar una sociedad carente de un estado de bienestar y protección tal como se conoce en Europa. La salud y la educación mayoritarimente privatizadas, y un sistema urbanístico de vivienda dividido en estratos sociales, constituyen una bomba de relojería en un país donde, según las cifras oficiales del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), más del 42% de la población puede considerarse como pobre sin sus necesidades básicas totalmente satisfechas.

Ante este panorama, quienquiera que resulte elegido, tendrá frente a sí la titánica tarea de poner la proa de la nave nacional rumbo a la paz social, política y de orden público. Misión para nada fácil en un país muy polarizado entre un crisol de todas las tendencias de la izquierda liderado por Gustavo Petro, un antiguo miembro del movimiento guerrillero urbano M-19 (grupo insurgente recordado por haber robado la espada del héroe Simón Bolívar y haber saltado en 1985 en Palacio de Justicia, con la consiguiente matanza de magistrados del poder Judicial); y en el otro extremo los también variopintos seguidores del uribismo encabezados por "Fico" Gutiérrez.

Aunque es cierto que la opción de centro, representada por el exalcalde de la ciudad de Medellín, Sergio Fajardo, ha recibido últimamente el apoyo de figuras políticas como la de Juan Manuel Galán, hijo del histórico líder del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán (asesinado por el Cartel de Medellín en 1989), sus opciones de poder llegar a la segunda vuelta de las elecciones no son tan claras, a pesar de contar con una interesante y brillante trayectoria de gestión pública, y gobierno social y ciudadano.

Colombia no necesita de figuras mesiánicas que prometan soluciones mágicas que luego se conviertan en sangre y lágrimas, sino de un gestor que sea capaz de hacer remar a la sociedad en su conjunto hacia la paz y la prosperidad, aprovechando ese inmenso capital de talento humano que tiene el conjunto de la nación, y esa gran capacidad de trabajar con tenacidad, entusiasmo y determinación que los colombianos denominan "verraquera".

[cabezon name="Luis Gabriel David" designation="Profesor y periodista" img="LUISGA" /]

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